Era un yogui
abstinente que había aprendido a canalizar todas sus energías sexuales hacia el
desarrollo espiritual. Vivía en una casita a las afueras del pueblo y era
frecuentemente requerido por devotos que le reclamaban instrucción mística.
Cierto día, un grupo de buscadores lo visitaron y le expusieron la siguiente
cuestión:
-Maestro, nos preguntamos cómo puedes asumir tan fácilmente
tu soledad, cómo no echas de menos a una mujer que te acompañe y te sirva de
apoyo y consuelo.
-Nunca estoy solo,
os lo aseguro -repuso el yogui-. Yo soy hombre y mujer. He logrado unificar en
mí ambas polaridades y jamás podré ya sentirme solo. Me siento pleno y siempre
acompañado. Cuando, por ejemplo, barro mi casa o tiendo mi lienzo, soy mujer;
pero cuando cargo grandes pesos o corto leña, soy hombre. Según la tarea que
lleve a cabo, me siento hombre o mujer, pero en verdad no soy ni lo uno ni lo
otro, porque soy ambos a la vez.
Bonito cuento, gracias por compartir.
ResponderEliminarUn beso.
Muchas veces somos las dos cosas, pero no me había dado cuenta. Muchas gracias.
ResponderEliminarDentro de nuestra esencia esta la dualidad y por lo tanto tenemos esa doble luz de hombre y mujer, por lo que no hay carencia sino falta de conexión.
ResponderEliminarBesos
Hola Ana... que diferencia hay, solo la fuerza, el resto es lo mismo, sentimos lo mismo, gozamos y sufrimos lo mismo...
ResponderEliminarUn abrazo....
Hermoso cuento que nos deja una gran reflexión. Gracias por compartirlo.
ResponderEliminarTe dejé un premio en mi blog.
Besitos.
Ana:
ResponderEliminarPase a visitarte y desearte que esta semana disfrutes plenamente a los que amas
Cariños