El pueblo del reino de Sadik rodeó el palacio del rey
lanzando gritos de rebelión. El rey descendió por las escaleras y les dijo:
“Amigos míos, que ya no sois mis súbditos, aquí os cedo mi corona y mi cetro.
Quiero ser uno de vosotros. Sólo soy un hombre, pero como hombre quiero trabajar
junto a vosotros con el fin de mejorar nuestra suerte. No hay necesidad de un
rey. Decidme tan sólo a qué campo o viña debo ir. Todos vosotros sois ahora
reyes”.
La gente se quedó muda de asombro. Todos se marcharon
entonces y el rey fue con un hombre a su campo.
Pero al reino de Sadik las cosas no le iban mejor sin rey, y
la niebla del descontento cubría aún el país. La gente gritaba en los mercados
diciendo que quería ser gobernada. Y los ancianos y los jóvenes decían a una
“Queremos a nuestro rey”.
Fueron a buscarlo y lo encontraron trabajando duro en el
campo. Le retornaron cetro y corona diciéndole: “Gobiérnanos con fuerza y
justicia”.
Y él dijo: “Os gobernaré, en efecto, con fuerza y que los
dioses del cielo y de la tierra me ayuden para que pueda hacerlo con justicia”.
Y acudieron unos hombres y mujeres que le hablaron de un
barón que los maltrataba y para el que no eran más que unos siervos.
Inmediatamente el rey hizo que le trajeran al noble y la dijo: “La vida de un
hombre pesa tanto en la balanza de Dios como la de otro. Como no sabes pesar
las vidas de quienes trabajan para ti, quedas desterrado”.
Y así todos los días, durante una luna entera, algún opresor
fue exiliado del país.
El pueblo estaba maravillado. Un día rodearon la torre y le
aclamaron como a su rey. Y él dijo: “Yo no, yo no. Vosotros mismos sois el rey.
Cuando me considerabais débil y mal gobernante, vosotros mismos erais débiles y
desordenados. Y ahora el país va bien porque eso está en vuestra voluntad. No
soy nada más que una idea en vuestra mente, y sólo existo en vuestras acciones.
No existe ninguna persona que sea gobernante. Sólo existen los gobernados para
gobernarse a sí mismos”.
Ancianos y jóvenes se fueron cada cual por su camino y
estaban contentos. Y todos se imaginaron a sí mismos con una corona en una mano
y un cetro en la otra.
KHALIL GIBRÁN
Me ha encantado Ana. Es muy fácil, echar la culpa a otros, cuando las cosas no nos van tan bien como quisiéramos. Debemos reconocer, que el quedarnos anclados, esperando que alguien nos lo solucione, no es el mejor camino a seguir, ya que lo nuestro solo se puede arreglar poniéndonos la corona y ejerciendo de ser nuestro propio rey. Un beso.
ResponderEliminarEste es solo un ejemplo de cómo una idea que entra en la mente, en el subconsciente, va a permanecer ahí hasta que otra idea la reemplace.
ResponderEliminarBonita historia, Ana.
Gracias Luzdemar y Londonnek por vuestros comentarios tan razonados y generosos. Besos
ResponderEliminarNosotros mismos somos nuestro patrón y nuestro guía, Muy bueno. Un abrazo
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