AQUIETAR EL VIENTO

Pantanjali, en el primer aforismo del clásico manual de yoga, da la clave de toda la obra: El yoga consiste en detener de manera deliberada la actividad de la mente. Tenemos que aquietar el viento que la mueve.

La idea es que en el interior de la materia gris de nuestro cerebro, hay una sustancia sutil (sukshma) que cambia constantemente de forma. Es sensible al sonido, al tacto, a la vista, al gusto y al olfato, esta sustancia fluida e interna de los nervios, adopta las formas de todas las impresiones sensoriales. Si movemos los ojos, podemos comprobar cómo esta materia sensible asume las formas y las pierde a continuación. Su movimiento nunca cesa.

Para las personas que no están acostumbradas a la meditación y quieren fijar su mente en una determinada imagen o pensamiento, descubrirán a los pocos segundos que se han llenado de pensamientos. La mente no adiestrada  no logra estarse quieta, con el yoga podemos tranquilizar ese movimiento.

La mente cuando ha encontrado la paz, la quietud, es como la superficie de un lago calmado y sereno. Pero cuando el viento sopla, ondula esa superficie, las olas que se forman distorsionan la luz y su reflejo, y todo cuanto se ve son fragmentos de formas en dispersión. Hasta que las aguas no se hayan calmado y se sienta el sedimento que las enturbia, no se volverán claras como un espejo. A nuestra  mente le pasa lo mismo, cuando la hayamos calmado, sólo entonces podremos conocer la imagen que la perturbaba y ver claramente todo lo que en ella se refleja.

En ese estado sabremos cómo actuar, no tendremos miedos a lo desconocido, la sabiduría estará en nosotros.