La impulsividad afecta la calidad de las relaciones
interpersonales y nos lleva a ser más erráticos en acciones y decisiones.
Frente a este fenómeno, es importante cultivar el arte de no precipitarse, para
que finalmente nuestra conducta premie nuestros intereses.
La primera dificultad con la que nos encontramos al hablar
de este tema es cierta confusión en torno a la impulsividad. Hay quienes
piensan que no precipitarse es una señal de extrema rigurosidad o de falta de
espontaneidad.
Es cierto que no es bueno ni sano «medir» todas y cada una
de las conductas que llevamos a cabo.
El problema aparece cuando nos enfrentamos a situaciones que
exigen el uso pleno de la razón. Decisiones o acciones que podrían tener
múltiples consecuencias negativas si no se sopesan con cuidado. Es ahí donde
cobra importancia el arte de no precipitarse. Muchos de los grandes errores
surgen precisamente por un impulso.
En principio, lo adecuado es no precipitarse en las
situaciones que implican un posible daño para nosotros mismos o para los demás.
Se puede decir que toda situación en la que esté involucrado
un sentimiento demasiado intenso se debe abordar con cuidado.
Se requiere de un mínimo margen de serenidad para tomar la
decisión de decir o hacer algo que pueda tener consecuencias.
Si pudiéramos frenar impulsos todo iría mejor, las cosas pensadas acan bien o por lo menos no muy mal. Estoy aprendiendo a no decidir al momento. Abrazos
ResponderEliminarEse es el problema que tenemos muchos, que nos precipitamos antes de tiempo. Antes lo hacía más, era más impulsiva, con los años me voy sosegando. ¡Algo bueno tenía que tener cumplir años! Un abrazo.
ResponderEliminarGracias por los buenos consejos que me das.
ResponderEliminarHola Ana.. Ciertas palabras, pero que difícil es el auto-control en ciertas ocasiones de la vida..
ResponderEliminarUn abrazo.