La sencillez es una virtud maravillosa y no tan común como
debiera ser. Es uno de esos atributos que adorna a cualquier otro. Siempre está
asociada con la humildad y denota nobleza y madurez. Por eso, aunque resulte
paradójico, solo las personas extraordinarias cuentan genuinamente con esta
cualidad.
Algunos definen la sencillez como “la celebración de lo
pequeño”. En otras palabras, quien es sencillo se muestra capaz de disfrutar de
las pequeñas cosas. También las agradece. No tiene ni sus expectativas ni sus
ambiciones puestas en algo demasiado elevado, una montaña demasiado alta que
tape la felicidad. Por eso, el primer favorecido con la sencillez es quien la
tiene.
Para ondear la bandera de la sencillez, hay que ser adaptable
y saber aceptarse y aceptar. Estas características llevan a que todo fluya, sin
intentar forzarlo o cambiar su curso. Todo esto favorece la espontaneidad, otra
virtud que solamente tiene lugar en las personas equilibradas y saludables.
“La sencillez consiste en hacer el viaje por la vida, solo
con el equipaje necesario”.
La sencillez en el pensamiento es lo que generalmente
llamamos “sentido común”.
Sencillez no quiere decir conformismo ni pasividad. Se
pueden tener objetivos muy elevados y aun así valorar también todo aquello que
se ha conseguido y lo que se es. De hecho, la sencillez nos ayuda a caminar más
ligeros por la vida y a avanzar siempre en sentido evolutivo.
La sencillez pone belleza a las personas que lo son, la sencillez está, puede estar en todas las personas y cosas. Abrazos
ResponderEliminarUna gran verdad
ResponderEliminarYo siempre he pensado que la felicidad se encuentra en las cosas sencillas. Un abrazo, Ana.
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