El corazón sólo entiende un lenguaje, el del AMOR.
Cuando el corazón está lleno a rebosar de amor, ya no cabe en él ningún sentimiento negativo, no tiene cabida ni la traición, ni la ingratitud, ni la envidia, ni el rencor.
Toda acción que parte de un corazón sincero, puro y expansivo generará amor; la que proviene de una mente atormentada, tan sólo miedo y dolor.
A medida que el corazón se nos va llenando de amor y experimentamos ese amor de un modo sano y pleno,vamos encontrando a lo largo de nuestro camino a personas que nada más verlas ya las consideramos de nuestra familia, (como dice Enriqueta Olivari en su libro) nuestra familia del alma.
Personas de otra nacionalidad, raza o cultura, pero que las sentimos como si llevasen nuestra misma sangre, conectamos de inmediato con ellas. Seres que aparecen en nuestra vida, como si una fuerza invisible, amorosa y sabia hubiese movido los hilos necesarios para que esas personas y nosotros pudiésemos encontrarnos. Nada más conocerlas sentimos una profunda familiaridad, afinidad y empatía espontánea.
Estas personas son nuestros verdaderos hermanos y hermanas, seres con los corazones repletos de amor para dar y repartir por el mundo a todos aquellos que estén dispuestos a recibirlo.
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